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Venecia es una ciudad muy cercana a la ensoñación. Recorrerla de noche es entrar en un mundo de tenues luces y misterio. El caminante ensaya una constante sorpresa al recorrer sus laberintos. Diseñando, descubriendo recorridos en una infinita combinación de pasos. Vale la pena jugar a perderse. Porque perderse es encontrarse. Podría decirse que su juego se acerca al juego de la vida. Hoy, sábado 8 de Noviembre de 2.008 comienzo a generar trazos, huellas en este blog. Pronto podré subir poesías (propias, ajenas y apropiadas), imágenes, cuentos, humor, información sobre teatro. Y buenas sorpresas. LOS INVITO A PERDERSE EN ESTE BLOG.

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CLUNY: LA DAMA DEL UNICORNIO- por Antonio Capriotti


Cluny de hoy es de piedra y madera - madera nueva -.
Es una sombra sin sobresaltos de la edad media, alargada por soles decadentes. Cluny es, también, la tibieza de sus aguas. Aguas surgentes, aventadas desde el pandemónium por un enconado lucifer.  Aguas saltarinas, baños subterráneos para cuerpos de guerreros en reposo. Siglos después, los monjes ascetas, esconderán la lujuria, bajo un manto de piedras.

Cluny es un ojo alargado que nos alcanza la Edad Media.

Cuando Paris era Lutetia, sobre la “ribera izquierda” del Sena, la luz se expandía a chorros de agua sobre los cuerpos alertas. El Imperio latía con diástoles sincopadas, se infiltraba por Europa como una masa líquida,  incontenible. Pero, todos lo sabemos, los imperios se desmoronan, justo, cuando más se expanden.

Una vez retirado el Imperio, los pueblos “bárbaros” sepultaron, con paciencia y constancia, piedra a piedra, la osadía romana y, también, sus baños, el libidinal lugar de augurios y supersticiones. Parecían cumplirse las drásticas profecías. “Arderán cientos de Juanas; se abrirán los canales normandos, rodarán cabezas, las hadas celtas cargarán en sus espaldas, los calderos repletos de sueños y las frágiles barcas soportarán el diluvio.”

Cluny fue la tonsura de París, el solaz de los epicúreos, la bravura de los galos, el desdén de los abades; la rudeza indiferente de las piedras. Este París de hoy,  contesta con igual indiferencia: ubicado frente a La Sorbona, enmarcado en la mundana intersección  de los boulevares Saint Michel y Saint Germain, se hizo inmune a la cotidiana apatía. Cluny, sin embargo,  resiste. No deja de latir al ritmo de un puño guerrero. Cluny es el vientre de París. Indigesto como toda memoria.

Cluny desbarata cualquier estrategia. El sendero que lo rodea es angosto. Es preciso rondar  esos  muros en forma de U pretenciosa, alargada como dos piernas abiertas hacia la salida del Sol. Así recibe Cluny; vestido de monasterio de la mediana edad. Es conveniente circundarlo. Acariciar la verja de cobre que resguarda el jardín de l´hotel.



Una vez acabada esa fría fiesta del tacto nos espera el ardor de la piedra. El ingreso: basto y pesado es el portal semiabierto, goznes gigantes, bisagras de hierro renegridas y firmes; el patio interior, piso de piedra; cuesta tan poco imaginar a los monjes entre la gente,  en ir y venir, despreocupados por el tiempo. Podemos optar por  una puerta interna, ésta es un triste injerto, desconoce, como los imaginarios monjes, la alcurnia del tiempo.

Ahora sí, se asoma Cluny, y en ese cifrado encuentro, se descubre, se entrega. La intuición tiene, a veces, ciertas reservas. En el descuido, aprovecha  para colarse, ese olor lejano a mirra, a incienso; a madera huele, a ropa vieja. A años. Nos arrebata el olor a leyendas pretéritas. Olor a memorias erizadas. A vino agrio. Olor a guerras. Olor a iglesias. - París, años más tarde, valdrá una misa. Y será, mucho después, una fiesta -. Festejo de un encuentro para nada fortuito. Es como obliterar el tiempo, lámina traslúcida, para convertirlo en capa delgada; en gemido nocturno; quizás, en helada aventura. En la veleta se han quedado enganchados jirones de noches pasadas; y, adentro, por los cuartos se dejan escuchar los ruidos desencajados de armaduras, y sus roces metálicos con las graves espadas. Cluny se esconde a la vista del mundo que se deja encandilar por esta frívola París. En su intimidad se reproduce la luz de aquélla Lutetia. No obstante haber sido luz incierta, permitía ver lo necesario e imaginar, de entre las sombras, los recovecos. Luz inquieta; danzaba sobre los objetos haciéndolos desaparecer. Trampeaba. Una incitación a seguir hurgando. Como Platón, con las sombras en las cavernas.

Crujen los escalones de madera – madera nueva -, como si se quebraran en nuestros oídos, cientos de ramas secas, pisoteadas por una manada de ciervas en celo. Escaleras abajo se descuelga de las paredes, como venas sobresaltadas, la artificiosa cañería del  ingenio romano. La caldera, los piletones sesgados por los siglos. Los restos indisimulados de aquella herencia pesada. Los fantasmas que, indiscretos, todavía la sobrevuelan,  presentándose con toda su encomiosa osadía.
Cluny no se altera. Sabe que logrará asombrarnos. Espera, mientras, desenfadados, los escalones de madera, nos señalan como a intrusos. 

continuará.......