CLUNY: LA DAMA DEL UNICORNIO- por Antonio Capriotti
22abr
Cluny
de hoy es de piedra y madera - madera nueva -.
Es
una sombra sin sobresaltos de la edad media, alargada por soles decadentes.
Cluny es, también, la tibieza de sus aguas. Aguas surgentes, aventadas desde el
pandemónium por un enconado lucifer.
Aguas saltarinas, baños subterráneos para cuerpos de guerreros en
reposo. Siglos después, los monjes ascetas, esconderán la lujuria, bajo un
manto de piedras.
Cluny es un ojo alargado que nos alcanza la Edad Media.
Cuando Paris era Lutetia, sobre la “ribera
izquierda” del Sena, la luz se expandía a chorros de agua sobre los cuerpos
alertas. El Imperio latía con diástoles sincopadas, se infiltraba por Europa como
una masa líquida, incontenible. Pero,
todos lo sabemos, los imperios se desmoronan, justo, cuando más se expanden.
Una vez retirado el Imperio, los pueblos
“bárbaros” sepultaron, con paciencia y constancia, piedra a piedra, la osadía
romana y, también, sus baños, el libidinal lugar de augurios y supersticiones. Parecían
cumplirse las drásticas profecías. “Arderán cientos de Juanas; se abrirán los
canales normandos, rodarán cabezas, las hadas celtas cargarán en sus espaldas,
los calderos repletos de sueños y las frágiles barcas soportarán el diluvio.”
Cluny fue la tonsura de París, el solaz de los
epicúreos, la bravura de los galos, el desdén de los abades; la rudeza
indiferente de las piedras. Este París de hoy,
contesta con igual indiferencia: ubicado frente a La Sorbona , enmarcado en la
mundana intersección de los boulevares
Saint Michel y Saint Germain, se hizo inmune a la cotidiana apatía. Cluny, sin
embargo, resiste. No deja de latir al
ritmo de un puño guerrero. Cluny es el vientre de París. Indigesto como toda
memoria.
Cluny
desbarata cualquier estrategia. El sendero que lo rodea es angosto. Es preciso rondar
esos
muros en forma de U pretenciosa, alargada como dos piernas abiertas hacia
la salida del Sol. Así recibe Cluny; vestido de monasterio de la mediana edad. Es
conveniente circundarlo. Acariciar la verja de cobre que resguarda el jardín de
l´hotel.
Una
vez acabada esa fría fiesta del tacto nos espera el ardor de la piedra. El ingreso:
basto y pesado es el portal semiabierto, goznes gigantes, bisagras de hierro
renegridas y firmes; el patio interior, piso de piedra; cuesta tan poco
imaginar a los monjes entre la
gente, en ir y venir, despreocupados por
el tiempo. Podemos optar por una puerta
interna, ésta es un triste injerto, desconoce, como los imaginarios monjes, la
alcurnia del tiempo.
Ahora
sí, se asoma Cluny, y en ese cifrado encuentro, se descubre, se entrega. La
intuición tiene, a veces, ciertas reservas. En el descuido, aprovecha para colarse, ese olor lejano a mirra, a incienso;
a madera huele, a ropa vieja. A años. Nos arrebata el olor a leyendas
pretéritas. Olor a memorias erizadas. A vino agrio. Olor a guerras. Olor a iglesias.
- París, años más tarde, valdrá una misa. Y será, mucho después, una fiesta -.
Festejo de un encuentro para nada fortuito. Es como obliterar el tiempo, lámina
traslúcida, para convertirlo en capa delgada; en gemido nocturno; quizás, en helada
aventura. En la veleta se han quedado enganchados jirones de noches pasadas; y,
adentro, por los cuartos se dejan escuchar los ruidos desencajados de
armaduras, y sus roces metálicos con las graves espadas. Cluny se esconde a la
vista del mundo que se deja encandilar por esta frívola París. En su intimidad
se reproduce la luz de aquélla Lutetia. No obstante haber sido luz incierta, permitía
ver lo necesario e imaginar, de entre las sombras, los recovecos. Luz inquieta;
danzaba sobre los objetos haciéndolos desaparecer. Trampeaba. Una incitación a
seguir hurgando. Como Platón, con las sombras en las cavernas.
Crujen los escalones de madera – madera nueva -,
como si se quebraran en nuestros oídos, cientos de ramas secas, pisoteadas por
una manada de ciervas en celo. Escaleras abajo se descuelga de las paredes,
como venas sobresaltadas, la artificiosa cañería del ingenio romano. La caldera, los piletones
sesgados por los siglos. Los restos indisimulados de aquella herencia pesada.
Los fantasmas que, indiscretos, todavía la sobrevuelan, presentándose con toda su encomiosa osadía.
Cluny no se altera. Sabe que logrará asombrarnos.
Espera, mientras, desenfadados, los escalones de madera, nos señalan como a intrusos.
continuará.......